Después de un eterno y profundo silencio pronunció la palabra, mágica, bendita. Mi palabra, la nuestra, la secreta.
Pude ver sus labios pronunciándola en cámara lenta, como en una propaganda de shampoo. Miré a través del pequeño hueco que formaban sus labios al pronunciar la bocal abierta. Era un negro tan infinito que podría imaginar un mundo allí. Mi mundo.
Amé y deseé cada arruga de esos labios. Las conté y las volví a contar, una y otra vez.
Absorbí el color con mis ojos y los guardé en mi retina. Hice fuerza para no olvidarlo, para que mi mente no lo altere.